sábado, 6 de diciembre de 2008

continuación (Stalin) 3

3. LOS AÑOS TREINTA: REVOLUCIÓN EN LA REVOLUCIÓN

Uno de los temas estrella de la historiografía académica, antes y después de la
Guerra Fría, ha sido la represión estalinista. Con la finalidad de demostrar el
supuesto carácter criminal del bolchevismo, una legión de historiadores han ido
engordando sus méritos académicos con publicaciones en las que alegremente se
han ofrecido cifras astronómicas de detenidos y fusilados en la URSS durante los
años treinta. Aunque los archivos oficiales soviéticos estuvieron cerrados hasta los
años noventa del pasado siglo, ello no fue obstáculo para que, saltándose todas las
normas científicas de la investigación histórica, se afirmase con rotundidad que Stalin había asesinado a decenas de millones de personas, convirtiendo de esta forma
al dirigente comunista en el paradigma de la malignidad, equiparable a Hitler. En
definitiva, lo que se pretendía difundir —y en buena parte se ha conseguido— es
que el nazismo y el comunismo son doctrinas similares y sistemas políticos gemelos,
igualmente condenables por totalitarios.
Aunque desde cualquier punto de vista esta comparación constituye una aberración,
la teoría del totalitarismo ha sido aceptada en amplios medios intelectuales.
Hitler y Stalin vendrían a ser las versiones alemana y rusa de un mismo sistema
opresivo, esclavizador y criminal.
Arropados por los medios de comunicación, que les proporcionan una amplia
cobertura informativa, los profesionales del anticomunismo pueden propagar su
versión sin encontrar la oportuna respuesta. Pero las descalificaciones no puedenocultar eternamente la realidad, y los que se han negado siempre a ver la historia en blanco y negro en el tema del estalinismo ven confirmados algunos de sus planteamientos a partir de la apertura de los archivos soviéticos.
Trabajando sobre los fondos documentales del Archivo Estatal de la Federación
de Rusia (GARF), del Centro Ruso de Conservación y Estudio de Documentos de
la Historia Reciente (RtsJIDNI) y del Depósito Central de Documentación Reciente
(TsJSD), los investigadores J. Arch Getty y Oleg V. Naumov han calculado que
la población reclusa a 1 de enero de 1939, fecha en la que acabaron las grandes purgas del período 1936-1938, ascendía a 2.022.976 personas, tanto por delitos políticos como comunes, aunque una buena parte lo eran por los primeros. Según los
archivos del Comisariado Popular de Asuntos Interiores (NKVD), los fusilados en
1937-1938 fueron 681.692, cifra que ascendería a 786.098 personas para el período
1930-1953. Si se sumaran a esta cifra los muertos en los campos de trabajo y en las
prisiones estaríamos alrededor de 1,5 millones de muertos causados por la represión
de los años treinta11. Por su parte el historiador Viktor Zemskov proporciona la cifra de 2,5 millones de detenidos para los años 1937-1938 y 800.000 fusilados entre
1921 y 1953.
Evidentemente son cifras tremendas, pero muy alejadas de las que en su momento
se proporcionaron y que sólo respondían a una labor propagandística y desinformadora.
Robert Conquest en su libro The Great Terror, publicado en 1968 (hay traducción
castellana: El Gran Terror, Barcelona, Luis de Caralt, 1974), daba por
buenas una cifra de detenidos entre 7 y 9 millones durante los años treinta, y Roy
Medvedev estimaba las detenciones entre 4 y 5 millones12. En el lamentable y sectario
Libro negro del comunismo (1998), que fue objeto de amplísimo y favorable
tratamiento en los medios de comunicación, al contrario de lo que sucedió con El
libro negro del capitalismo (Tafalla, Txalaparta, 2001), absolutamente ignorado por
esos mismos medios que presumen de talante democrático, el número de detenidos
en campos de trabajo se estima en 7 millones para los años 1934 a 1941.
Curiosamente, los nuevos datos proporcionados por los archivos no han provocado
rectificaciones ni reflexiones por parte de los propagadores de versiones oficiales,
al menos en España. Muchos historiadores que lamentaban amargamente la
imposibilidad de consultar los archivos soviéticos —lo que, por otra parte, les servía para confirmar el carácter dictatorial de la URSS—, parece que ahora ya no tienen la menor intención de trabajar en ellos. Cuando la realidad no ha confirmado
sus insidias, han preferido volverle la espalda y dedicar su atención a otros temas
más productivos. Ahora, los intelectuales orgánicos de la burguesía están empeñados
en su particular cruzada contra el pérfido islamismo.
No pretendemos aquí justificar la represión de los años treinta en la URSS, sino
establecer unos elementos de objetividad al analizar un proceso histórico. Teniendo
en cuenta que la población del país era de 170 millones de habitantes en 1939, lacifra muertos ocasionada por la represión, de acuerdo con los datos de Getty y Naumov citados más arriba, equivaldría al 0,89% de la población. En cuanto a los detenidos en el Gulag, supondrían entre el 1,19% y el 1,50%. Sin ignorar el sufrimiento y la tragedia que se esconden tras estas cifras, no parece que se correspondan con el pretendido holocausto cometido por Stalin contra los pueblos de la URSS. En cualquier caso, la simple enumeración de datos no aclara demasiadas cosas sobre lo ocurrido durante los años treinta. Es necesario inscribir la represión en un contexto extraordinariamente difícil para la Rusia soviética, cuando el fascismo avanzaba imparable en Europa con la connivencia de Francia e Inglaterra, y el país se encontraba sometido a un veloz proceso de cambio económico en un intento de construir el socialismo en un solo país. El aislamiento internacional y las tensiones sociales creadas por los planes quinquenales, así como el crecimiento de la burocracia, generaron probablemente una creciente sensación de amenaza en el grupo dirigente del Partido bolchevique. La represión no tuvo nada de plan premeditado ni era el resultado de mentes paranoicas, sino la respuesta a situaciones extremadamente complejas que no se deben pasar por alto. Por otro lado, debemos considerar que la represión es una cara de la realidad; la otra es el enorme crecimiento industrial, el avance cultural y científico y las inmensas posibilidades de promoción que se abrieron para la clase obrera en aquellos años, cuestiones todas ellas sobre las que se suele pasar de puntillas o simplemente infravalorarlas.
Si fijamos nuestra atención en el tema educativo, el avance fue espectacular. En
1914, Rusia tenía 150 millones de habitantes, aproximadamente, y su tasa de analfabetismo se situaba en el 70,5% de la población13, aunque hay autores que elevan
esta cifra hasta el 80%14. La revolución de Octubre abrió una etapa de inmensas
transformaciones e innovaciones en el ámbito cultural y pedagógico, cuyo objetivo
prioritario fue la lucha contra el analfabetismo y la elevación del nivel cultural de
las masas, pero la guerra civil y la posterior reconstrucción del país dificultaron
enormemente esa tarea. El censo de 1926 arrojaba una cifra de población de
147.027.915 habitantes. Sabían leer y escribir el 39,6% de la población. En los
hombres la tasa alcanzaba hasta el 50,8% y en las mujeres descendía hasta el 29,2%.
En Ucrania, la población alfabetizada llegaba al 44,9 %, pero en Uzbekistán bajaba
hasta el 7,7%15.
Esta panorama cambió radicalmente con el inicio del Primer Plan Quinquenal
(1928-1932). La política escolar, en consonancia con el impulso industrializador, se
orientó hacia la rápida liquidación del analfabetismo, la escolarización obligatoria,
la formación de especialistas y la cualificación técnica de los obreros.
Los resultados fueron impresionantes. De 1930 a 1932, en las “escuelas de liquidación
del analfabetismo” estudiaban treinta millones de personas. En 1941, elnúmero de “escuelas de diez años”, en las que era posible cursar el ciclo completo
de estudios primarios y secundarios se había multiplicado por diez respecto al primer
plan quinquenal. La red escolar se extendió por todo el país y “el analfabetismo
está a punto de desaparecer”16. El alumnado en establecimientos de enseñanza
secundaria ascendía a 977.787 personas en el curso 1928-1929, mientras que en los
años 1933-1934 pasó a 2.011.798 alumnos.
El trepidante ritmo de la industrialización exigía una ingente formación de cuadros
técnicos y obreros especializados. Entre 1928 y 1932 se formó anualmente una
media de 72.000 especialistas por las escuelas técnicas y 42.500 por las escuelas
universitarias, frente a una media de 18.000 y 32.000, respectivamente, durante los
años de Nueva Política Económica (NEP), que abarcó el período 1921-1928 18.
En cuanto a los estudiantes de enseñanza superior, su número era de 112.000 en
1914; 176.000 en 1929 y ¡675.000! en 1941. A la altura de 1937 había en la URSS
1.750.000 jefes de empresas, centros administrativos e instituciones culturales;
250.000 arquitectos e ingenieros y 822.000 economistas y estadísticos19. Frente a
las 78 Universidades y Escuelas Técnicas de 1914, en 1939 funcionaban 449 establecimientos de enseñanza superior.
En un período de doce años, el comprendido entre 1929 y 1941, la URSS fue
capaz de superar su secular atraso cultural y científico y colocarse en una situación
equiparable a las grandes potencias capitalistas. Y no fue el menor mérito de este
esfuerzo educativo el formar una generación de técnicos, ingenieros y científicos
que colocaron a la Unión Soviética en un nivel militar que hizo posible su victoria
sobre la Alemania nazi en la IIª Guerra Mundial.
Asombrosos fueron también los resultados económicos de los tres primeros
planes quinquenales20. La Renta Nacional se incrementó en un 86% durante el
primer plan y otro 110% en el segundo, es decir, en diez años se había multiplicado
por cuatro. Cuando el tercer plan quedó interrumpido por la guerra, ya se
había incrementado en una tercera parte. En conjunto, la Renta Nacional pasó, en
miles de millones de rublos, de 24,4 en 1927/1928 a 128 en 1940. La producción
industrial, que suponía el 34,8% de la producción total del país en 1928, alcanzó
el 62,7% en 1940.

PRODUCCIÓN INDUSTRIAL DE LA URSS 1928 1940

Carbón (millones de toneladas) 35,5 165,9
Petróleo (millones de toneladas) 11,6 31,1
Electricidad (mil millones de Kw/h) 5,0 48,3
Acero (millones de toneladas) 4,3 18,3
Cemento (millones de toneladas) 1,5 5,7
Fertilizantes minerales (millones de toneladas) 0,1 3,2
Tractores (mil unidades) 1,3 31,6

FUENTE: DOBB, Maurice, El desarrollo de la economía soviética desde 1917,Madrid, Tecnos,1972, p. 319.

Se construyeron cientos de fábricas y enormes presas, surgieron nuevas regiones
industriales y se edificaron ciudades. Trotski calificó a Stalin de “enterrador de la
revolución”, pero lo que ocurrió en la URSS en los años treinta difícilmente puede
tener otro significado que no sea el de revolucionario. Una revolución educativa,
pero también una revolución contra la NEP y la pequeña economía campesina. La
planificación económica y la colectivización del campesinado fue una segunda
revolución que removió a fondo las estructuras sociales del país. Una transformación
tan intensa y en un período tan corto no podía estar exenta de violencia. Las
resistencias del campesinado a la colectivización —lógicas desde su posición, pero
contraproducentes desde el punto de vista de una industrialización acelerada— desencadenaron la respuesta represiva del Estado. El hecho de que las medidas de fuerza se extendieran al Partido y al Ejército tuvo que ver sin duda con el miedo a la formación de núcleos de resistencia a la política planificadora en el propio aparato del Estado y las sucesivas depuraciones de los depuradores tendrían estarían relacionadas con el objetivo de evitar la autonomía de la policía política. Las acusaciones contra los detenidos de mayor prestigio —espionaje, actividad contrarrevolucionaria, agentes del fascismo, etc— formaban la coartada ideológica, obviamente falsa, que envolvía contradicciones sociales y políticas más profundas y servía para justificar ante los trabajadores la eliminación de personas tan conocidas como Zinoviev, Kamenev o Bujarin.
Juzgar los hechos a posteriori es demasiado sencillo y con la perspectiva de lo
que ya ha sucedido se puede justificar cualquier cosa —e incluso cualquier crimen—,
pero es una realidad que la planificación económica de los años treinta, inseparable de la represión, permitió a la URSS derrotar a Hitler y, de esa forma,
evitar que la Humanidad fuera esclavizada por el nazismo. No queremos hacer his-toria ficción, pero no hace falta tener una imaginación demasiado fértil para aventurar lo que hubiese ocurrido si Hitler gana la guerra: el holocausto global.
A todos los que han hecho del anticomunismo su forma de vida —una forma muy bien remunerada-—no estará de más refrescarles la memoria y recordarles que
durante la dictadura franquista, para el período 1936-1945, las cifras no bajarán de
150.000 fusilados, cuando aún hay archivos por consultar, cientos de fosas comunes
por exhumar y una masa enorme de documentación desaparecida, a los que
deberían sumarse los fallecidos por hambre, enfermedades y malos tratos en prisiones
y campos de concentración. En conjunto, un mínimo de 200.000 fallecidos a
consecuencia directa de la represión, equivalente al 0,82% de la población de 1936
(24,5 millones de habitantes). Si añadiéramos la población exiliada al acabar la contienda y los encarcelados, las consecuencias represivas del franquismo afectaron
aproximadamente al 2,5% de la población española.
A la luz de estas cifras, la represión franquista fue proporcionalmente mayor que
la estalinista y, paradójicamente, el tratamiento que recibe Franco por parte de los
historiadores no es el mismo que el reservado para el dirigente soviético. Pero no
podía ser de otro modo. Franco fue el defensor del orden capitalista y la burguesía
española le mostró su agradecimiento en vida y se lo sigue mostrando tras su muerte.
Para eso están Pío Moa, Ricardo de la Cierva y César Vidal. Stalin fue, por el
contrario, la representación de una revolución proletaria triunfante —con sus defectos, sus errores y sus deformaciones—, pero una revolución que amenazaba el orden burgués, y eso es algo que las clases dominantes ni olvidan ni perdonan. Y el resultado es que Stalin fue un asesino y Franco un dirigente autoritario. Así se escribe la historia —o algunos así la escriben—.

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