sábado, 6 de diciembre de 2008

continuación (Stalin) 5

5. EL PACTO GERMANO-SOVIÉTICO

Otro tema recurrente en la bibliografía sobre Stalin es el Pacto Germano-Soviético
de No Agresión firmado el 23 de agosto en Moscú por el ministro de asuntosexteriores alemán,Von Ribbentrop y su homólogo soviético, Molotov. El Pacto, con una duración de diez años, establecía que ambas partes se “comprometían a abstenerse de todo acto de violación o acción agresiva, así como de todo ataque de la una contra la otra” (art. 1). Asimismo, en caso de que uno de los dos países fueraobjeto de agresión militare por parte de una tercera potencia “la otra se compromete a no proporcionar apoyo alguno, de ninguna manera, a esa tercera potencia” (art. 2) ni tomará parte “en ningún grupo de potencias que directa o indirectamente, vaya en contra de la otra parte” (art. 4). La firma de este Pacto causó una enorme conmoción en todo el mundo y, especialmente, entre los militantes comunistas, para quienes, en un primer momento, fue incomprensible que la Alemania nazi y la Rusia soviética llegaran a un acuerdo.
El pacto germano-soviético ha sido considerado por la historiografía burguesa
como la mayor traición de Stalin, acusándole de ser el causante de la Segunda Guerra
Mundial por dejar las manos libres a Hitler para atacar a Francia e Inglaterra. Sin
embargo, la realidad histórica es muy distinta a la que describen ciertos especialistas acostumbrados a una visión maniquea de la historia.
Durante los años treinta las tensiones internacionales adquirieron un carácter
explosivo debido a las agresiones de las potencias fascistas. El 30 de enero de 1933
Hitler fue nombrado canciller de Alemania e inició una política exterior cuyos ejes
eran la destrucción del Tratado de Versalles y la conquista del “espacio vital”. Tras
abandonar la Sociedad de Naciones (SDN), Hitler estableció el servicio militar obligatorio e inició el rearme alemán (marzo de 1935). Un año después, en marzo de
1936, remilitarizaba Renania. Ambos hechos constituían una flagrante violación del
Tratado de Versalles, pero Francia e Inglaterra y la Sociedad de Naciones se limitaron a protestas verbales. El 13 de marzo de 1938 Hitler se anexionó Austria (“Anschluss”) y a continuación exigió a Checoslovaquia la región de los Sudetes. En la Conferencia de Munich, celebrada en septiembre de 1938, Francia e Inglaterra capitularon ante el dictador alemán y obligaron al gobierno checo a entregar el territorio.
Poco después, en marzo de 1939, las tropas alemanas entraron en Checoslovaquia.
La parte occidental del país se convirtió en el “Protectorado de Bohemia y Moravia” y Eslovaquia pasó a ser un estado títere manejado por Alemania. El 23 de marzo, Hitler se anexionó, tras un ultimátum, el territorio lituano de Memel.
Por su parte, Mussolini ocupó Abisinia (Etiopía) en octubre de 1935 y Japón
había invadido Manchuria en septiembre de 1931. Era evidente que las potencias
fascistas se proponían cambiar el orden mundial y para ello estrechaban lazos y
establecían alianzas. Hitler y Mussolini enviaron cantidades masivas de armamento
a Franco durante la guerra civil española, y en octubre de 1936 se formó el “Eje
Roma-Berlín”. Japón y Alemania firmaron en noviembre de ese mismo año el “Pacto Antikomintern”, para combatir a la URSS y a la Internacional Comunista.
Italia se unió al pacto en enero de 1937 y Franco lo hizo en marzo de 1939.
Mientras la agresividad fascista no tenía límite, Francia e Inglaterra practicaban
una política de apaciguamiento. En vez de oponerse resueltamente al fascismo,
claudicaban una y otra vez, abandonando a su suerte a Checoslovaquia y traicionando
a la República española. No se trataba de ceguera o de errores de apreciación,como apuntan algunos historiadores. Las clases dominantes inglesa y francesa veían
en Hitler al anticomunista que les libraría de la Unión Soviética, al defensor del
capitalismo que había destruido las poderosas organizaciones obreras en Alemania.
Mientras Hitler marchara hacia el este, y allí estaba su espacio vital, se le podía
dejar hacer.
Pero las ambiciones del capitalismo alemán eran de orden mundial y terminaron
por chocar con los intereses del imperialismo franco-británico. En marzo de 1939
Hitler exigió a Polonia la anexión de la ciudad de Dantzig y comunicación extraterritorial con Prusia Oriental. Francia e Inglaterra decidieron entonces endurecer su actitud y ofrecieron garantías militares a Polonia en caso de que fuese agredida y las hicieron extensivas a Grecia, Rumania y Turquía.
En esas circunstancias que anunciaban la guerra, el gobierno soviético propuso
el 17 de abril la creación de una gran coalición antinazi que englobaría a la URSS,
Francia e Inglaterra. Entre el 12 y el 21 de agosto se celebraron conversaciones militares en Moscú. La delegación militar soviética , que estaba autorizada a firmar un convenio militar, propuso tres variantes de acción conjunta en caso de guerra. En la primera, si Alemania atacaba a Francia e Inglaterra, la URSS emplearía unas fuerzas equivalentes al 70% de las fuerzas movilizadas por Francia e Inglaterra. En la segunda variante, si Alemania se lanzaba contra Polonia y Rumania, Inglaterra y
Francia declararían inmediatamente la guerra y la URSS participaría con un número
de divisiones equivalentes a las empleadas por los franco-británicos. A las tropas
soviéticas se les dejaría atravesar Polonia. En la tercera variante, si Alemania atacaba a la URSS, Francia e Inglaterra entrarían en guerra aportando un 70% de las
fuerzas movilizadas por la Unión Soviética y Polonia emplearía cuarenta y cinco
divisiones para atacar Alemania.
Los gobiernos de Francia e Inglaterra desplazaron a Moscú una delegación de
rango inferior y alargaron las conversaciones sin intención de firmar un tratado militar, tal como se pone de manifiesto en las Memorias del general francés Beaufré,
miembro de la delegación franco-británica. Paralelamente a las conversaciones con
los soviéticos, el gobierno inglés, a través de Horace Wilson, —intimo colaborador
del primer ministro Neville Chamberlain— entró en contacto con Wohlthat, alto
funcionario alemán, y propuso al gobierno de Alemania un acuerdo económico queimplicaba el reparto de los mercados europeos y un pacto de no agresión. Aunque
estas proposiciones no fructificaron, son una buena muestra de que las llamadas
potencias democráticas estaban intentando pactar una vez más con Hitler y lanzarlo
contra la la Unión Soviética.
La negativa de Francia e Inglaterra a firmar un acuerdo militar con Stalin dejó a
la URSS en una situación de aislamiento y con el riesgo añadido de que se volviera
a repetir con Polonia una situación similar a la de la Conferencia de Munich.
Desde el VII Congreso de la Internacional Comunista (agosto de 1935) la política
exterior de la URSS consistió en buscar alianzas con las potencias occidentales para
hacer frente al fascismo, pero Francia e Inglaterra optaron por la vía de la claudicación frente a los dictadores fascistas. ¿Cuál debía ser la postura de Stalin en esas circunstancias? ¿Afrontar el riesgo de una guerra frente a una superpotencia militar e industrial como Alemania o buscar algún tipo de acuerdo con Hitler para ganar tiempo y reforzar la capacidad militar de la URSS? Es evidente que la única salida que tenía Stalin era alcanzar un acuerdo con Hitler.
Culpar a Stalin del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial es una tergiversación monstruosa de los acontecimientos históricos. Fueron los gobiernos de
Francia e Inglaterra, con su obsesión anticomunista, los que permitieron el rearme
de Alemania y consintieron las violaciones del derecho internacional perpetradas
por Hitler. El resultado fue una guerra que costó cincuenta y cinco millones de
muertos.

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